La actitud de los padres hoy resulta fundamental en la prevención del consumo de drogas y alcohol. Este consumo tiene una tendencia a cronificarse debido a que tanto el alcohol como todas las drogas alteran los sistemas químicos cerebrales y dan lugar a una pérdida progresiva en el usuario de la capacidad de autocontrol y de administración. Esto resulta máximamente importante en la adolescencia y en la pubertad en donde los niveles de vulnerabilidad psicológicos, cerebrales y sociales son altos, siendo entonces la tendencia a la reiteración del consumo llevando esto a una dependencia más rápida (conducta imperiosa por consumir drogas). Es por eso que una intervención precoz ante los primeros consumos de alcohol y de drogas por parte de los padres es fundamental. A mayor rapidez en la intervención precoz menos posibilidades existen de consumos crónicos y por ende de discapacidades futuras.
En los padres hay valores claves en la educación de los hijos. Los padres tienen que estar presentes. Las ausencias o la deserción del papel que como adultos debemos representar en la educación en esta etapa de la vida predisponen al consumo de sustancias. Sostener contactos diarios de tipo vivencial, conocer sus amistades, tratar de comprender la intimidad cambiante del hijo; todo esto resulta fundamental. El adolescente que anda solo con sus conflictos y no tiene siquiera con quien confrontarse es un factor de riesgo alto.
Es indispensable la contención afectiva, y ésta implica un proceso normativo y de límites que ordene una evolución que, por momentos, en esta etapa de la vida es caótica. La falta de contención abre el camino de conductas antisociales, la vida en la calle y a las consecuencias de la soledad.
El estar de los padres, los vínculos y la contención normativa son fundamentales para seguir “paso a paso” la evolución hacia la salud del futuro joven; estos serían los valores básicos para una intervención precoz que detenga males futuros.
El joven que consulta es el testigo y a la vez víctima y victimario de un caos familiar, barrial y social. Es cada vez más común observar familias muy desorganizadas . Los casos clínicos nos muestran a varios familiares con problemas psiquiátricos y penales, algún familiar directo consumidor de drogas, padres ausentes o que funcionan más como pares cómplices que como padres. En otros casos vemos adolescentes solos que deben enfrentar su enfermedad en soledad absoluta. Es característico también ver en estas familias situaciones de promiscuidad, incluso incesto entre hermanos o alguno de los padres, abuso y violencia.
Cuando hay un colapso familiar se quiebran todas las legalidades que permiten un crecimiento sano; la diferencia padres-hijos, hombre-mujer que son la base de la cultura queda rota y la simetría igualadora en realidad promueve incesto o sea perversión y condena a los sujetos a su desaparición como portadores de valores de salud. Hay indudablemente un modelo de salud que tiene que ver con el respeto de ciertas legalidades y con el amparo, la contención y la orientación perfila caminos hacia fuera de la familia. O sea genera un desarrollo autónomo. La enfermedad, por el contrario con sus secuelas de perversión, impide el desarrollo hacia el mundo. Quedan empantanados en la propia familia, en familias sustitutas perversas (bandas, sectas), o vagan como muertos por las ciudades.